Al principio de curso, estaba solo en mi habitación de la residencia, hasta que una rubia imponente acabó conmigo como compañera de cuarto. Un día, mientras me intentaba echar la siesta, escuché gemidos en la cama de arriba y al mirar, la muy zorra estaba desnuda y masturbándose como una bestia. Se me puso dura como una piedra y al notarlo, la chica me dejó follármela para apagar su sofocón.